[POR DETRÁS... CON PERDÓN]

Acción en Galería de Arte Contemporáneo 41 m2
Carrera de Jesús s/n. Jaén
12 Diciembre 2014


Actividad realizada con la ayuda
de la Diputación de Jaén











LOS RETRATOS DEL OTRO MISMO O DAVID MARTÍNEZ COMO RETRATISTA DE OTRO MUNDO.


La obra que David Martínez ahora nos regala es un juego muy interesante de paradojas que, de alguna manera, responden a las preguntas que nos hacemos todos en torno a la identidad: qué somos, cómo nos ven, qué no vemos de nosotros y que parece tan obvio que todo el mundo ve. La identidad no deja de ser un sentimiento administrado por la mirada. En este sentido, y luego lo veremos con detalle –o no–, los cuadros expuestos son pura política, un grito para la revisión de toda nuestra relación como sujetos a un Estado-Nación que no tiene en cuenta todo lo que somos y sólo nos obliga a ser y estar en función de la cara, como si el Documento Nacional de Identidad no tuviera también un adverso por donde tendría que aparecer también nuestra nuca. Claro que estar fichados de nuca significaría que el Estado nos tomaría como sujetos totales. Como ha hecho David con estos cuadros de atrás, con perdón.


Pero hay algo más, en la medida que nunca podremos vernos la nuca, acaso en la distorsión del espejo tenemos que fiarnos que la mirada de David sea certera y acertada, atinada y hábil, claro que es imposible reconocerse y ante retratos los retratados gritan: “yo no soy ese o esa” (aunque aquí el género importa exactamente mucho, pues el pelo es un lugar para la construcción de la identidad de género más significativo de los últimos 200 años), así estamos ante una paradoja que no deja de ser una provocación: creemos que vemos cuando no nos vemos y establecemos las maneras como nos vemos lo que nunca nos podemos ver. Por eso David se ríe cuando alguno de sus retratados se queja del poco parecido, porque él llega con su mirada a donde los demás sólo podemos palpar, como si de un territorio oscuro y fantasmal que nos ha sido negado ver sólo reconocemos porque podemos tocarlo.


Lo que plantea David, consecuentemente, es muy sencillo, toda realidad es un doble inverso de sí mismo, o dicho de otra manera, todo tiene un atrás que en cierta medida no es sino lo que no queremos ver. Y en esto toda la obra está plagada de múltiples referencias a que el cuerpo puede ser revertido.

No hay, consecuentemente un criterio de identidad personal, sólo hay una identidad política, hay una identidad construida por otros. Los retratos de David juegan a robar a los sujetos aquello que les cree significar, identificar, reconocer y devolverles algo más sencillo, algo que requiere que nos demos cuenta con la modestia necesaria lo que sólo podemos soñar estar.
Y luego esa suerte de constante repetición que se ve acentuada por la técnica, pintura sobre un contrachapado que es firmemente lacada en barniz brillante. Como si fuera lo contrario de la caja de música, que con ese negro brillante y pesado, esa cosa lavada en negro que aquí, en la obra de David, no esconde nada, rompiendo la idea del arte como un contenedor de esencias y rompiendo la caja de Pandora, haciendo que todo ello sea un elemento transparente, que se ve en cierta medida cristalizado. David nos muestra tras el espejo, esperando que saltemos de allí, como Alicia, y nos dejemos ver... De hecho, la primera vez que vi un cuadro de traseras de David lo tuve claro: él lo que hace es meter a la gente que está viéndose en el espejo dentro del espejo. Y eso hace significativos a los retratados, les da, gracias a este juego de espejos, de cajas rotas, de azogues, de interiores, de encierros, la medida exacta de lo humano.
Lo humano, y esto es algo que David ha llevado a rajatabla en su vida, sólo puede ser algo que se pierde en las miradas, los silencios de alguien que se mira en el espejo y no se puede ver, porque se sabe incompleto, frágil y, sobre todo, vulnerable. David retrata la parte más vulnerable de nosotros, morimos desnucados, morimos de garrote vil y morimos cortados por el cuello por alguien que ataca por la espalda... David nos muestra la parte más carnicera y vengativa de la humanidad. Y como no, son la parte de la queja por no dormir bien, el dolor de cervicales, el collarín de lisiado, la imposibilidad de moverlo y la idea de que el cuello no es tanto lo que se ve sino un dolor insoportable. Una vez más esta obra nos roba la identidad y nos devuelve preguntas.
Pero también estos regalos en forma de retratos singulares son ejemplos antiguos del catalogo de peluquero de caballero, de cortes a navaja, a tazón, a cepillo...

La nuca vista solo puede ser elemento de destrucción vital, así era en el colegio cuando pelados a navaja había que soportar las collejas de los compañeros: “al que se pela, colleja”, aunque mi pregunta sigue partiendo del amoral tiro en la nuca, que en cierta medida no deja de ser una ironía, morimos sin saber que nos ha pasado... En efecto, en toda la obra de David hay una cierta lógica carnicera, cree tanto en lo humano que lo saca, lo recombina y lo transmuta, lo descontextualiza e interviene, lo hizo con aquellos ojos que como trampas, como máquinas de captura nos atrapaba en su infinita ficción y lo vuelve a hacer con sus nucas, con su trasera.. Con qué intención, pues obviamente con la de demostrar que se puede trastocar todo, que nada tiene una forma, un físico, un cuerpo, porque todo nos es dado en forma de construcción cultural. David nos enfrenta, una vez mas, con nuestra identidad, pero esta vez con nuestra identidad corporal, con aquello que creemos es el soporte de la vida, y al obligarnos a pensarnos, a situarnos ante lo que somos y lo que es nuestro cuerpo, ahora ya un cuerpo total, visible en todas sus dimensiones.
De la misma manera si hemos llegado a la conclusión de que la nuca y sus aledaños son una zona especialmente erótica, incluso de una gran sensualidad, que en realidad nace de su vulnerabilidad y la imposición de no poder controlar visualmente. Al final, la nuca es sensible y sensual porque impone un abandono y confianza por encima de la norma. Una vez más un hecho que define a David y a su obra. Y, así, nadie duda que si viéramos a dos personas besarse apasionadamente las manos estarían fundidas en eso que ahora David ha pintado libre de miradas ajenas. De la misma manera que las cadenas y collares toman en la nuca su verdadera proporción, en la parte de atrás del cogote los moños, veladores y peinetas, acaso las pamelas, gorros, velos y pañuelos se convierten en espacios de ensueño, en verdaderas utopías sociales.
A veces, sólo a veces, creo que David a pintado un mapa del tesoro, un soporte que nos muestra las posibilidades de ponernos determinada ropa y que realza la nuca, como los jerséis de cuello alto, o la idea de que el cuello largo y esbelto, de cisne, de alguna de sus mujeres es sólo un sitio para que él pueda dar rienda suelta a algo nuestro.

Es como si cada retrato diera la oportunidad de pensar que hacemos con el cuerpo, en una suerte de encuentro con las mujeres Padaung de Tailandia o las Ndebele de Sudáfrica, que con sus cuellos estirados artificialmente, por medio de una estructura de brillantes anillos, nos exponen que lo bello y lo feo, lo sensible y lo grotesco, son simplemente un punto de vista.
Hacer notar otra cosa, hay una constante, una repetición en la obra de David, algo que repite en forma de mantra artístico, de hecho las diferencias en las retratos traseros de David son más un producto creado por el efecto óptico que se da al llevar incorporado el nombre-mote-designación del retratado, por lo demás son una constante, una repetición que podría no terminar nunca. Y de esta manera una vez más David nos convierte en una masa invisible, en una comunidad de iguales, de gente que sin identidad, sin casi nombre, que encerrados en un espejo sólo podemos preguntarnos por lo esencial, por la libertad y por las formas de representarla.
Una cosa más, y última, a destacar todo esto es que David no tiene pretensión de ser un artista (que dicho así suena peor de lo que parece luego es la profesión de vivir del arte propio), sino que al trabajar de manera estrecha con los artistas y sus productos no deja de aplicar su genial ojo a lo que ve. Además, abiertamente, se contagia del entusiasmo de todo lo que rodea y con ello no hace sino plantearnos el genio que lleva dentro, el genio del paganismo: hacer trascendente la idea de la comunidad de manera sencilla, graciosa y participada. Lo que presenta David en esta exposición es una suerte de comunidad vista desde la espalda: es aquello que el último de la fila ve, aquel, como hace David con todos nosotros, que nos cuida las espaldas, y con ello demuestra que tiene la capacidad de dar importancia a lo que la tiene, la amistad más allá de toda identidad.
Por cierto, en mi retrato quizás no me reconozca, no importa, al final no es una cuestión de identidad sino de saberse parte de una comunidad terrible e inevitable, fabricada por David Martínez a su imagen y semejanza, de nuevos sujetos políticos, de nuevos cuerpos de amistad, irreconocibles tras un cristal y, siempre, ciegos de amor.

José-Luis Anta
Jaén, Noviembre, 2014